Fue muy fácil caer en la tentación del obtener y convencerme de la idea de que el propósito de estar vivo estaba en algún lugar del mundo. Solo era cuestión de tiempo para que la persona y la situación adecuada llegara y pudiera tomar lo que venía a buscar.
Ese algo podría tener muchas formas... Cuerpos, actividades y hasta programas de televisión. Ninguno de ellos logró darme un sentimiento de satisfacción duradero, pero siempre sentía en mi interior la insistencia de volver a buscarlo.
Me creía rebelde y desprendido para muchas cosas, pero el tiempo término por mostrarme que oponerse y apegarse a algo terminan validando eso a lo que nos enfrentamos. Así fue como me sorprendí hundido en lo más profundo tratando de llenar un supuesto vacío que siempre seguía allí. Seguía allí porque estaba insistiendo en creer en el y en pensar que podia llenarlo con algo.¿Pero como llenar un vacío que no existe? Pues con algo que tampoco exista.
Me invento la enfermedad y la solución, pero al igual que las medicinas anti gripales la solución no es definitiva y el hecho vuelve a salir (porque lo sigo creado) devolviéndome a las situación inicial de volver a cerrarlo.
¡Que cosa de locos! Y más loco es que a sabiendas que esto es lo que estoy haciendo lo siga perpetuando. No existe tal cosa como la carencia que siento pero si actúo en consecuencia de ella la hago real.
Dicho esto, si la necesidad no existe, aparece otra disyuntiva... ¿Entonces que hago aquí? ¿Si no vivo para buscar, entonces para que lo hago? ¿Si vivo para recordar la verdad que me falta para que eso suceda y encuentre el alivio que necesito?
Escribo esto y escucho una voz de fondo diciendo que ya no me falta tanto... Pero luego recuerdo el fragmento del salmo: un día son mil años ante tus ojos... Y en realidad no quisiera tener que esperar tanto más.
No hay algo que necesite hacer. El cuerpo y sus experiencias nunca fueron el objetivo. Solo fueron parte del juego que no llevaba a ningún lugar.
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